Cuando la Academia de Ciencias de París encargó a Alexis Bouvard revisar las
posiciones exactas de los planetas, este descubrió que la órbita de Urano
presentaba anomalías que hacían que su órbita no se correspondiera exactamente
con lo que predecía la ley de la gravedad, lo que le llevó a predecir la
existencia de un octavo planeta en el Sistema Solar, más allá de Urano.
A partir de estas observaciones Urbain Jean Joseph Le Verrier (1845) y John
Couch Adams (1841) calcularon independientemente la posición de este octavo
planeta, que fue localizado en 1846 desde el Observatorio de Berlín por Johann
Galle y que recibió el nombre de Neptuno.
Igual que Urano, Neptuno también presenta anomalías en su órbita, por lo que
se dio por hecho que tenía que haber un noveno planeta, planeta que se pusieron
a buscar los astrónomos y que creyeron encontrar en 1930 con el descubrimiento
de Plutón.
El problema es que Plutón resulta ser demasiado pequeño para alterar las
órbitas de Urano y Neptuno, y además también presenta incongruencias en su
órbita.
Las anomalías en las órbitas de Urano, Neptuno y Plutón requieren de la
presencia de un cuerpo celeste con enorme masa. Ese cuerpo es el planeta
Hercólubus que con su inmensa masa y su poderoso campo magnético provoca esas
desviaciones en las órbitas de los mencionados planetas.
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